En el día de Navidad no podía dejar de pensar en las personas, especialmente en aquellas que sufren por injusticias, guerras, discriminación o desastres naturales, entre otras muchas cosas. A continuación, os dejo una reflexión que me pidieron para un número especial de iAgua. Creo que no puede haber un día mejor para divulgarla. ¡Feliz Navidad!
Lecciones aprendidas: proteger a la población es la prioridad
La reciente DANA en Valencia dejó una lección incontestable: ante fenómenos climáticos extremos, la máxima prioridad debe ser proteger a la población. Estos eventos exigen un replanteamiento inmediato de la gestión del riesgo de inundaciones. La seguridad de las personas no puede depender de respuestas improvisadas, sino de estrategias basadas en el conocimiento científico.
Las inundaciones suponen un riesgo directo para las personas, pero también tienen efectos indirectos devastadores. Cuando fallan los servicios esenciales, como el suministro eléctrico o el acceso a agua potable, las comunidades se enfrentan a situaciones de alta vulnerabilidad. Durante la reciente emergencia, muchas zonas quedaron incomunicadas y sin recursos básicos.
Frente a esto, existen medidas estructurales y no estructurales para minimizar estos riesgos. Las primeras consisten en regular las cuencas para reducir el impacto de las inundaciones. Por ejemplo, las presas almacenan grandes volúmenes de agua que van liberando gradualmente, lo que evita desbordamientos aguas abajo. Los encauzamientos reducen significativamente los riesgos. Sin embargo, estas intervenciones deben planificarse cuidadosamente para evitar impactos ambientales y garantizar que cumplan su función. Para ello, es necesario un enfoque holístico, pues el problema es complejo.
Por otro lado, las medidas no estructurales incluyen planes de emergencia, sistemas de alerta temprana y la educación de la población. Un plan de emergencia debe detallar las rutas de evacuación, los puntos seguros y los procedimientos de actuación en caso de inundación. La preparación salva vidas, pero solo es efectiva si las personas saben cómo actuar y confían en las instituciones que gestionan la crisis.
Los sistemas de alerta temprana son fundamentales para ganar tiempo en situaciones críticas. Hay que mejorar las tecnologías que permitan predecir inundaciones con mayor precisión. La información debe llegar rápidamente a la población a través de canales fiables y accesibles para evitar el caos y la desinformación que suelen acompañar a estos eventos.
La planificación territorial también forma parte de las medidas no estructurales. Debemos ser más estrictos a la hora de evitar construcciones en zonas de alto riesgo y priorizar el desarrollo urbano en áreas menos vulnerables. Además, la recuperación de espacios naturales puede actuar como barrera de protección frente a inundaciones. No obstante, es necesario considerar que algunas medidas solo son adecuadas para un volumen moderado de precipitaciones.
No obstante, ninguna medida será suficiente sin una adecuada coordinación entre instituciones y comunidades. La gestión del riesgo de inundación debe ser un esfuerzo conjunto en el que participen gobiernos, científicos, ingenieros y ciudadanos. La falta de preparación no solo agrava el impacto, sino que también debilita la confianza de la población en las autoridades.
La recuperación tras una emergencia debe centrarse en reforzar las infraestructuras y estrategias existentes. Reconstruir mejor no es solo un eslogan, sino una necesidad. Cada inundación nos enseña algo nuevo sobre cómo proteger mejor a la población. No podemos ignorar la responsabilidad de aplicar estas lecciones.
En Valencia, hemos visto hasta dónde llega nuestra preparación frente a fenómenos extremos. Ahora es el momento de pasar a la acción. La inversión y los planes de emergencia no solo protege las infraestructuras, sino que salva vidas. Ignorar esta realidad pone en peligro a quienes más dependen de un sistema resiliente y preparado.
La protección de la población no puede ser un objetivo secundario. Es el núcleo de cualquier estrategia de gestión de riesgos. Como científicos, tenemos el deber de ofrecer soluciones basadas en evidencias, y como sociedad, la responsabilidad de exigir que se implementen. La próxima DANA llegará, pero la manera en que nos encuentre preparados marcará la diferencia entre un desastre y una respuesta ejemplar.