
José María Waldo Echegaray y Eizaguirre (1832-1916) fue una de las figuras más polifacéticas de la España del siglo XIX. Ingeniero, matemático, dramaturgo y político, destacó en todas las disciplinas en las que participó, dejando un legado notable tanto en el campo de la ciencia como en el de la literatura.
Echegaray nació en Madrid el 19 de abril de 1832. Su padre, José Echegaray Lacosta, era médico y profesor de instituto, natural de Zaragoza, mientras que su madre, Manuela Eizaguirre Charler, era natural de Azcoitia (Guipúzcoa). A los cinco años, su familia se trasladó a Murcia por motivos laborales. Allí pasó su infancia y estudió primaria. Fue en el Instituto de Segunda Enseñanza de Murcia donde despertó su afición por las matemáticas.
Tras obtener el título de bachiller, Echegaray se trasladó a Madrid y, tras finalizar sus estudios en el Instituto San Isidro, ingresó en 1848 en la primitiva Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. La Escuela de Ingenieros se destacaba por su disciplina y rigor académico, reflejo de la importancia atribuida a la formación de sus estudiantes. Fomentaba en ellos una ética basada en el esfuerzo y les recordaba su pertenencia a una élite, tanto por su preparación científica como por la relevancia de sus contribuciones al desarrollo y progreso del país. Además, promovía ideales liberales y una profunda admiración por las naciones europeas más avanzadas. Echegaray adoptó plenamente las normas y valores de la institución, y, a pesar de la exigencia de su formación, se mantuvo como el mejor de su promoción, culminando sus estudios en 1853 a los veinte años. Después de una breve estancia en Almería y Granada, Echegaray regresó a Madrid en 1854, coincidiendo con la sublevación de O’Donnell y el inicio del Bienio Progresista.
Su formación como ingeniero le permitió desempeñar un papel clave en el desarrollo de infraestructuras en España. Además, ocupó cargos ministeriales en los departamentos de Hacienda y Fomento, donde impulsó proyectos que modernizaron el país en un periodo de grandes cambios, todo ello con la participación de diversos gobiernos, y fue elegido senador vitalicio. Desempeñó un papel fundamental en la creación del Banco de España en su estructura moderna.
En 1854, comenzó a impartir clases en la Escuela de Ingenieros de Caminos, de la que también se hizo cargo de la secretaría. Durante su etapa docente, enseñó matemáticas, estereotomía, hidráulica, geometría descriptiva, cálculo diferencial y física hasta 1868. Además, entre 1858 y 1860, fue profesor en la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas.
A los treinta y dos años, fue elegido miembro de la Real Academia de las Ciencias Exactas. Su discurso de ingreso, titulado Historia de las matemáticas puras en nuestra España, generó una gran polémica al ofrecer una visión extremadamente crítica sobre la evolución de las matemáticas españolas y defender la primacía de la «ciencia básica» sobre la «ciencia práctica».
Junto a Gabriel Rodríguez, fundó la revista El Economista, donde publicó numerosos artículos, iniciando así una actividad periodística que mantendría a lo largo de su vida. En 1850, participó en la creación de la Asociación para la Reforma de los Aranceles y, en 1869, fue ponente en las conferencias dominicales sobre la educación de la mujer en la Universidad de Madrid. En una de ellas, titulada Influencia del estudio de las ciencias físicas en la educación de la mujer, defendió la importancia del conocimiento científico en la formación de la mujer.
Además, presidió el Ateneo de Madrid, el Consejo de Instrucción Pública, la Junta del Catastro, la Real Academia de Ciencias, la Sociedad Española de Física y Química, la Sociedad Matemática Española y la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias. Como reconocimiento a su producción literaria, recibió el Premio Nobel de Literatura. También fue catedrático de Física Matemática en la Universidad Central y senador vitalicio. Ningún otro español de su época, ni antes ni después, ha acumulado tantos títulos y distinciones.
Echegaray realizó importantes contribuciones a las matemáticas y la física, introduciendo en España conceptos avanzados como la geometría de Chasles, la teoría de Galois y las funciones elípticas. Su influencia fue tan significativa que el matemático Julio Rey Pastor afirmó: «Para la matemática española, el siglo XIX comienza en 1865 y comienza con Echegaray». En 1911, fundó la Real Sociedad Matemática Española, consolidando su compromiso con el desarrollo de esta disciplina en España.
A pesar de su formación científica, Echegaray también destacó en el mundo de las letras. En 1904, recibió el Premio Nobel de Literatura, galardón que compartió con Frédéric Mistral, convirtiéndose así en el primer español en obtener este galardón. Su obra teatral, influenciada por el drama romántico y el realismo, fue muy reconocida en su época. Durante su juventud, alternó la lectura de autores como Goethe, Homero y Balzac con la de matemáticos como Gauss, Legendre y Lagrange.
Durante el último tercio del siglo XIX, Echegaray fue una figura destacada en el panorama teatral y gozó de la preferencia del público. Sin embargo, al comenzar el siglo XX, autores contemporáneos como Azorín y Valle-Inclán, criticaron su obra. La Generación del 98 no ocultó su animosidad; para Baroja, Unamuno, los hermanos Machado, Rubén Darío y Maeztu, Echegaray personificaba una España «corroída por los prejuicios y la superchería», según manifestaron en un manifiesto conjunto.
A pesar de ello, Echegaray es recordado principalmente como literato y no como científico o matemático. Sin embargo, algunos lo consideran el mejor matemático español de dicho siglo. No realizó descubrimientos originales, pero sí introdujo en España teorías matemáticas de vanguardia, como las de Évariste Galois, que ya estaban transformando el pensamiento matemático internacional. No obstante, cabe preguntarse si podría haber sido un matemático aún más influyente y qué limitaciones enfrentó.
En 1907, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales instauró la Medalla Echegaray a propuesta de Santiago Ramón y Cajal, y en su primera edición la otorgó al propio José Echegaray. Este destacado ingeniero, matemático y dramaturgo mantuvo una intensa actividad intelectual hasta su fallecimiento el 14 de septiembre de 1916 en Madrid. A su muerte, se entregó su biblioteca y la medalla del Nobel a la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En sus últimos años, escribió entre 25 y 30 volúmenes de física matemática, lo que demuestra su incansable pasión por el conocimiento.
A lo largo de su carrera, Echegaray publicó numerosas obras sobre física, matemáticas e ingeniería. Entre sus publicaciones más relevantes se encuentran:
- Cálculo de variaciones (1858), introduciendo en España un área matemática poco conocida hasta entonces.
- Problemas de geometría plana (1865).
- Problemas de geometría analítica en dos dimensiones (1865), considerada una obra maestra por Zoel García de Galdeano.
- Historia de las Matemáticas puras en nuestra España (1866).
- Teorías modernas de la física. Unidad de las fuerzas materiales (tres volúmenes publicados en 1867, 1883 y 1889).
- Introducción a la geometría superior (1867), basada en la geometría de Michel Chasles.
- Memoria sobre la teoría de los determinantes (1868), primera obra en España sobre este tema.
- Aplicación de los determinantes (1869), donde introdujo la actual regla de Cramer.
- Tratado elemental de termodinámica (1868), sobre una disciplina emergente en su época.
- Teoría matemática de la luz (1871).
- Resolución de ecuaciones y teoría de Galois (1897-1898, 1902), en dos volúmenes.
- Observaciones y teorías sobre la afinidad química (1901).
- Ciencia popular; Vulgarización científica (1905).
- Conferencias sobre Física Matemática, recopiladas en 10 volúmenes.
En el ámbito de la ingeniería, destacó su Memoria sobre los trabajos de perforación del túnel de los Alpes (1860), un estudio técnico sobre una de las grandes obras de ingeniería de su tiempo.
La figura de José Echegaray representa la unión entre ciencia y humanidades, y es un ejemplo de erudición y polimatía en una época de profundos cambios. Su legado perdura tanto en las matemáticas como en la literatura y nos recuerda la importancia del conocimiento multidisciplinar para el progreso de la sociedad.
Le tocó vivir en la situación de la ciencia hispana en el siglo XIX, que sin duda fue precaria. Para ilustrarlo, veamos lo que él mismo escribió en sus memorias entre 1913 y 1915:
“Las Matemáticas fueron, y son, una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo muy alegre y muy confortable, y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas. Ni más dramas, ni más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas, ni, sobre todo, más críticos; otras incógnitas y otras ecuaciones me hubieran preocupado.
Pero el cultivo de las Altas Matemáticas no da lo bastante para vivir. El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral; y la obligación es antes que la devoción, y la realidad se impone, y hay que dejar las Matemáticas para ir rellenando con ellas los huecos de descanso que el trabajo productivo deja de tiempo en tiempo”.
Echegaray hablaba específicamente de las matemáticas, pero la realidad no difería mucho en el resto de las ciencias.
Resalto la cita de Santiago Ramón y Cajal que aparece al final del libro sobre Echegaray: “Era incuestionablemente el cerebro más fino y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX. Él lo fue todo, porque podía serlo todo“.
Os dejo un pequeño vídeo sobre su figura.