Lecciones de un filósofo para discutir mejor (y pensar con más claridad).

Anthony Weston en 2012. Por Violetwood – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org

En una asignatura que imparto en el Máster en Planificación y Gestión de la Ingeniería Civil, dedico unas horas a que mis estudiantes desarrollen el pensamiento crítico y aprendan a argumentar. Esto es fundamental para su desarrollo profesional, ya que deberán realizar informes, leer documentación técnica y, sobre todo, saber identificar los prejuicios y las opiniones carentes de razonamiento. Este aprendizaje es también fundamental para su vida en general, para no dejarse manipular y para desarrollar un criterio propio. Para ello, uno de los libros que recomiendo es Las claves de la argumentación, de Anthony Weston. A continuación, veremos algunos aspectos de este libro.

La palabra «argumento» suele tener mala fama. La asociamos con disputas y discusiones verbales inútiles en las que dos personas exponen sus prejuicios sin escucharse. Es la imagen de un conflicto en el que nadie gana y todos acaban frustrados. Sin embargo, esta percepción, aunque común, no se corresponde en absoluto con lo que significa argumentar.

En su influyente libro, el filósofo Anthony Weston nos ofrece una perspectiva transformadora. Nos enseña que «dar un argumento» no es una pelea, sino que significa «ofrecer un conjunto de razones o pruebas en apoyo de una conclusión». Lejos de ser inútiles, los argumentos se convierten así en herramientas esenciales para defender nuestras ideas y, lo que es más importante, para indagar, descubrir y pensar con mayor claridad. A continuación, exploramos seis de sus reglas fundamentales, ideas que actúan como llaves maestras para abrir la puerta a un pensamiento más claro y un debate más honesto.

1. Argumentar no es pelear, es investigar.

El primer y más relevante cambio de mentalidad consiste en entender que un argumento no es una batalla que se gana o se pierde. Es una herramienta de investigación que nos permite explorar qué opiniones son mejores que otras y por qué. Cuando argumentamos, no solo defendemos una idea preconcebida, sino que también ponemos a prueba nuestras propias creencias para ver si se sostienen con buenas razones.

Como señala Weston, no todos los puntos de vista son iguales. Algunos se apoyan en pruebas sólidas, mientras que otros tienen un sustento muy débil. El argumento es el método que usamos para distinguirlos.

En este sentido, un argumento es un medio para investigar.

Este cambio de perspectiva es crucial. Transforma una confrontación, que a menudo vemos como un juego de suma cero en el que solo puede ganar uno, en un proceso de descubrimiento colaborativo. El objetivo deja de ser «ganar» para convertirse en algo mucho más valioso: llegar juntos a una conclusión mejor informada y más sólida. Se pasa de un «yo contra ti» a un «nosotros contra el problema».

2. La trampa de la ambigüedad: no todos los «iguales» son iguales.

Un argumento puede parecer perfectamente lógico y, sin embargo, ser un completo engaño si se utiliza una palabra clave con dos significados diferentes. Esta es la falacia de la ambigüedad y es una de las trampas más sutiles del razonamiento.

Weston presenta un ejemplo brillante con la palabra «igual». Consideremos este argumento:

  • Las mujeres y los hombres son física y emocionalmente diferentes.
  • Por lo tanto, los sexos no son “iguales”.
  • Y, por lo tanto, el derecho no debe pretender que lo seamos.

El problema es que la palabra «igual» se usa de dos maneras distintas. En la primera, «igual» significa «idéntico». En la segunda, al hablar de derechos, «igualdad» significa «merecer los mismos derechos y oportunidades». Si aclaramos los términos, la debilidad del argumento queda expuesta: «Como las mujeres y los hombres no son físicamente ni emocionalmente idénticos, no merecen los mismos derechos y oportunidades». La conclusión ya no se sigue de la premisa. Lo mismo ocurre con términos cargados de significado como «egoísta», cuyo significado puede deslizarse desde «codicioso y egocéntrico» hasta «simplemente hacer lo que uno quiere», con lo que se vacía de contenido cualquier crítica. Esta lección nos obliga a definir nuestros términos: en cualquier discusión seria, la claridad es la base de la honestidad intelectual.

3. Para rebatir una idea, primero entiéndela (sin caricaturizarla).

Es muy tentador, sobre todo en debates acalorados, caricaturizar la postura del oponente para que parezca absurda y resulte más fácil de atacar. Esta falacia se conoce como «hombre de paja», y Weston nos advierte contra ella y contra el uso de lenguaje emotivo cuya única función sea manipular. A menudo, el lenguaje emotivo es la herramienta que usamos para construir al «hombre de paja», pues nos permite presentar la postura del otro de forma tan negativa que resulta irreconocible y fácil de derribar.

Por lo general, las personas que defienden una postura lo hacen por razones que consideran serias y sinceras. Si queremos rebatir una idea de forma honesta y persuasiva, primero debemos entenderla en su versión más fuerte y convincente, no en la más débil. Si no logramos hacerlo, es probable que ni siquiera la hayamos comprendido del todo.

Si no es capaz de imaginar cómo podría alguien defender el punto de vista que está atacando, es porque todavía no lo ha entendido bien.

Aplicar esta regla no solo fortalece nuestros propios argumentos, sino que fomenta un debate más productivo y respetuoso. Nos obliga a enfrentarnos a las verdaderas razones del otro, y no a una versión distorsionada que solo existe para nuestra conveniencia.

4. El peligro del «argumento de la persona que…» y la necesidad de ejemplos representativos.

Todos hemos escuchado o utilizado alguna vez el «argumento de la persona que…»: «Conozco a una persona que fumaba tres paquetes de cigarrillos al día y vivió hasta los 100 años». Este tipo de anécdotas son gráficas y memorables, pero utilizarlas como base para una conclusión general es una falacia.

Weston explica que generalizar a partir de información incompleta es un error común. Para que un argumento basado en ejemplos sea sólido, se necesitan más de un ejemplo y, lo que es más importante, que esos ejemplos sean representativos del conjunto sobre el que se generaliza. Una anécdota aislada, como la del fumador centenario, es una excepción, no una regla, y no puede refutar la abrumadora evidencia estadística de que fumar es perjudicial para la salud.

Para evaluar correctamente cualquier afirmación basada en ejemplos, necesitamos información de contexto: ¿cuántos fumadores no llegan a esa edad?, ¿cuál es la tasa de supervivencia en comparación con la de los no fumadores? Sin este contexto, los ejemplos individuales son prácticamente inútiles y, a menudo, engañosos. Este error revela un sesgo cognitivo fundamental: nuestra tendencia a otorgar más peso emocional y lógico a las historias personales y vívidas que a los datos estadísticos, aunque estos últimos sean mucho más representativos. Aprender a resistir al encanto de la anécdota es una característica del pensamiento claro.

5. La correlación no implica causalidad (y es más complicada de lo que crees).

A menudo, observamos que dos hechos ocurren juntos (una correlación) y saltamos a la conclusión de que uno debe causar el otro. Pero esta es una de las falacias más extendidas y peligrosas. Weston nos recuerda que, antes de aceptar que A causa B, debemos considerar explicaciones alternativas.

  • Puede ser una mera coincidencia. Que te quedaras dormido diez minutos después de tomar el «Bitter contra el insomnio de la doctora Hartshorne» no demuestra que el remedio funcione. Quizás estabas agotado y te habrías dormido de todos modos.
  • Ambos hechos pueden tener una causa común. Es posible que tanto ser culto como tener una mentalidad abierta sean efectos de un tercer factor, como ir a la universidad, que expone a las personas a diversas ideas y fomenta la lectura.
  • B puede causar A: tal vez tener una mentalidad abierta lleva a las personas a leer más, y no al revés. Weston cuenta una anécdota personal de su infancia: pensaba que los bomberos provocaban los incendios porque, después de todo, siempre estaban allí cuando había fuego. Solo más tarde comprendió que la causalidad iba en la dirección opuesta.
  • Las causas pueden ser complejas y bidireccionales. Los pasos de peatones se instalan en lugares donde se han producido accidentes, por lo que no se puede afirmar que su simple presencia cause más accidentes. Es posible que el lugar sea inherentemente peligroso y que haya múltiples causas que se retroalimenten entre sí.

Esta trampa mental es fácil de detectar en un niño, pero caemos en versiones más sofisticadas constantemente, lo que nos lleva a tomar malas decisiones, desde adoptar dietas ineficaces porque las promociona una celebridad hasta culpar a un político por un ciclo económico que no controla.

6. Atacar a la persona no invalida su argumento, pero sí el tuyo.

Cuando nos quedamos sin argumentos, podemos caer en la tentación de atacar a la persona que presenta el argumento en lugar del argumento mismo. Esta es la falacia ad hominem («contra el hombre»).

El libro nos ofrece un ejemplo contundente: cómo atacaron la teoría del economista Ricardo: algunos por ser burgués, otros por ser judío y otros por ser inglés. Ninguno de estos factores es relevante para determinar si su teoría económica es correcta. Para descalificar a una autoridad, hay que demostrar que no está bien informada, que no es imparcial o que otros expertos cualificados no están de acuerdo con ella. Sus características personales son irrelevantes.

En última instancia, un ataque personal no dice nada sobre la validez de la idea que se discute, pero sí mucho sobre quien lo realiza: revela una falta de argumentos sólidos y descalifica su posición en el debate.

Conclusión: pensar mejor, no solo ganar.

Las reglas de la argumentación no son trucos para «ganar» discusiones, sino herramientas para pensar con mayor claridad, honestidad y profundidad. Nos enseñan a construir nuestras propias ideas sobre cimientos sólidos, a evaluar críticamente las opiniones ajenas y a participar en conversaciones que busquen la comprensión en lugar de la victoria. El objetivo de un buen argumento, como nos recuerda Weston, es explicar y defender una conclusión con razones para que los demás puedan formarse su propia opinión de manera informada.

¿Cuál de estas ideas crees que tendría el mayor impacto en la calidad de tus conversaciones y decisiones si la aplicaras mañana?

En este audio tenéis una conversación interesante sobre este tema.

Este vídeo resume bien las ideas anteriores.

Referencia:

Weston, A. (2018). A rulebook for arguments. Hackett Publishing.

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