Que estamos en crisis, creo que a estas alturas no hay quien lo dude. La forma en que vamos a salir, falta por verla. Aunque parece muy posible que nuestra mejor baza, el turismo, puede ser de mucha ayuda. Vaya por delante que lo que vamos a comentar a continuación sólo tiene sentido si se aplica a las playas ya antropizadas, protegiendo a ultranza todas aquellas que resulten naturales o espacios protegidos.
En España nadie duda de la trascendencia social y económica del turismo. Se ha convertido en una parcela económica de primer orden basada fundamentalmente en la explotación de la zona costera, y en particular de sus playas. Algunas cifras son realmente elocuentes (ver Yepes, 2002a,b): tres cuartas partes de los europeos que visitan España vienen motivados por el clima y las playas, el 90% de las plazas hoteleras no urbanas se encuentran en el borde litoral, algunas playas de uso masivo como las de Benidorm proporcionan ingresos anuales superiores a los 12.000 €/m2. Este municipio, cuyo litoral funcionalmente útil no supera los 5 km de largo, aporta casi dos terceras partes de las pernoctaciones hoteleras que realiza la clientela española en los establecimientos de la Comunidad Valenciana, proporción que en el caso de los extranjeros alcanza al 94%.
Por tanto, las playas no sólo constituyen espacios relevantes desde el punto de vista medioambiental y de protección costera, sino que suponen el soporte de la actividad económica de muchas familias en nuestro país.
No obstante, no todas las playas son capaces de generar un potencial turístico a gran escala y con presencia internacional. Para ello serían necesarios cuatro requisitos (DGPyC, 2002):
- Clima: La aptitud climática debe asegurar una estancia agradable al abrigo de inclemencias meteorológicas y, ya de forma excepcional, permitir flujos de turistas en temporada baja.
- Medio marino: Serán aptas las áreas de baño con pendientes batimétricas suaves y un régimen de vientos y oleaje compatible con la seguridad de los bañistas.
- Medio terrestre: El turista busca preferentemente la arena fina, quedando eliminadas aquellas playas sin suficiente anchura o longitud.
- Medio urbano: Una playa turística debe integrarse con un medio urbano denso y complejo, con servicios comerciales y hosteleros numerosos y variados, con una primera línea que resulta accesible a los usuarios de la playa.
Por tanto, sólo 5,3 de los 12,5 millones de m2 de playas se pueden considerar como verdaderos espacios productivos al permitir la comercialización turística: son fundamentalmente las playas urbanas y semiurbanas de los municipios turísticos. Pues bien, el 0,001% de la superficie nacional proporciona más del 10% de la renta española. Percibir estas playas únicamente como espacios naturales significa despojarles de otros atributos de enorme importancia. Además, las playas son el escaparate más eficaz de las ciudades turísticas, el lugar donde los turistas perciben y evalúan la calidad de la oferta del municipio, el espacio más representativo y fotografiado.
Desgraciadamente, tal y como podemos comprobar en algunos lugares, la forma de gestionar este bien tan preciado desde múltiples puntos de vista no ha permitido una optimización del recurso compatible con otros usos.
Referencias:
- Dirección General de Puertos y Costas, 2002. Libro Blanco de la Costa Valenciana. Generalitat Valenciana, Valencia. 262 pp.
- Iribas, J.M. 2002. Una perspectiva sociológica sobre las playas. OP Ingeniería y territorio, 61: 78-85.
- Yepes, V. 2002a. La explotación de playas. La madurez del sector turístico. OP Ingeniería y territorio, 61: 72-77.
- Yepes, V. 2002b. Ordenación y gestión del territorio turístico. Las playas, en Blanquer, D. (dir.), Ordenación y gestión del territorio turístico. Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, pp. 549-579.